Es el año 1883 y estamos en algún lugar difícil de concretar, probablemente Estados Unidos. Sergei Stepniak solo tiene treinta y dos años, pero ya conoce la cárcel y el exilio. También conoce el asesinato. Es el responsable directo del atentado terrorista que le ha costado la vida al jefe de la policía secreta rusa. Stepniak lo ha matado con sus propias manos, acuchichándolo con una daga en mitad de la calle. El atentado es una respuesta a la ejecución de Ivan Kovalsky, condenado a muerte por herir a un policía durante el registro de su domicilio. Stepniak ha aprendido a confiar únicamente en la justicia que puede proporcionar un cuchillo bien afilado.
Sergei Stepniak y Olga Liubatovitch coincidirán como miembros de Zemlia i volia durante varios meses, hasta que él tenga que abandonar el país dos años después del atentado que le había costado la vida al jefe de la ojrana. Stepniak nunca volverá a Rusia. Durante su exilio aprovechará para escribir un texto que funcionaba como uno de esos artefactos capaz de hacer saltar por los aires los cimientos de las ciudades. En él no solo describía los métodos utilizados por los nihilistas, sino que proporcionaba la información necesaria para desatar la tormenta. Y la tormenta estalló. La escisión de Zemlia i volia creó una de las sociedades secretas más numerosas y mejor organizadas de todos los tiempos, Naradnaia volia, La voluntad del pueblo. Con más de cincuenta células en distintas ciudades, los miembros de Naradnoia Volia serán responsables de varios atentados contra el zar Alejandro II, al que al final acabarían asesinando el trece de marzo de 1881.
“La verdadera historia de Olga Liubatovicht” había sido concebido para formar parte de ese artefacto incendiario que era el texto de Stepniak. De alguna manera, aquellas páginas funcionaban como un plano que permitía encontrar las claves que hacían posible detonar los explosivos. Aquel texto contaba la historia de Olga, pero también daba pistas sobre cómo huir de la prisión, burlar un cerco policial o escapar de un arresto domiciliario. Contaba la historia de Olga, pero también la de muchos otros que conectaban los cables para atraer las tormentas. Después, solo quedaban los gemidos de los muertos.
B/N, 32 páginas
Traducido por Diego Volia y editado por ANTIPERSONA.