La humanidad tiene una gran deuda con la antigua Grecia. Heredamos de ella, entre otras cosas, gran parte de los cánones artísticos, la filosofía, el pensamiento científico y por supuesto, la democracia. En este atanor generatriz de nuevas tendencias, donde la polémica jugaba un papel predominante y las posturas filosóficas rivalizaban a diario en el ágora, es normal que surgieran también las primeras propuestas anti-sistema. No podría haber sido de otra forma.
Llamados “Cínicos”, este movimiento intelectual negaba los valores de la civilización; actuaban frente a las normas y convenciones; renegaban del consumo y la esclavitud de las cosas superfluas; Reivindicaban la libertad auténtica frente a cualquier institución familiar, social o moral y todo ello lo realizaban a la antigua usanza, desde una actitud activa que incluía sátiras, críticas, humor corrosivo y un comportamiento desvergonzado hasta el límite de lo grosero, incluso traspasándolo en algunas ocasiones. Una forma de vida al margen de convencionalismos pero en contacto continuo con los ciudadanos para convertirse en espejo de las hipocresías y contradicciones de los que viven en un sin vivir sometidos a las normas de la sociedad. Este comportamiento les ha hecho merecedores de entrar en gran cantidad de anecdotarios filosóficos. Hay que tener en cuenta que esta forma de vivir nace de una profunda convicción en postulados filosóficos y no es, ni mucho menos, un abandono de las costumbres por mera rebeldía.
Los cínicos son considerados como una de las escuelas menores, nacidas bajo la inspiración de Sócrates, que tras un momento de contemplación en el mercado ateniense, pronunció un axioma del que se harán valedores esta secta. “¡Cuántas cosas hay superfluas en la vida!”. Una sentencia que tiene mayor validez en el tiempo actual, en un mundo en el que todos somos víctimas del consumismo. Liberarse de esa esclavitud de lo superficial y prescindible se convirtió en un ideal de vida: la búsqueda de la “autarquía”, el gobierno de sí mismo, la suficiencia, ser verdaderamente libre; no atarse a cuantas cosas a nuestro alrededor nos convierten en sujetos; suprimir las cadenas de dependencias, deseos, miedos por perder y desvelos por conseguir.
Antístenes, fundador de la escuela, fue discípulo de Sócrates y se reunía con sus discípulos en un gimnasio ubicado en la plaza del “Perro ágil” (MARIAS, Julián. 1985). Ya sea por este hecho o por la similitud de su comportamiento desvergonzado con el del animal se les atribuyó, con cierto orgullo por su parte, el nombre de Cínicos. (κύων, κυνός, ‘perro’; de donde viene κυνικός , ‘propio de un perro’). (MACÍAS, Cristóbal).
Diógenes de Sínope es la figura más emblemática de este movimiento. Fue el primero en recibir el apelativo de perro y del que más leyendas se cuentan. Su ascética forma de vida en un barril o tinaja; la renuncia a todo utensilio después de ver a un niño beber de un arroyo en el cuenco de sus propias manos; el ser capaz de renunciar a cualquier cosa que el gran Alejandro le ofrecía, pidiendo simplemente que se apartase pues le tapaba el sol; y un sinfín de historias que se le atribuyen haciéndole merecedor de la fama y reputación del mayor representante del espíritu cínico.
Una de las características de todas las escuelas morales helenísticas —cínismo, epicureísmo, estoicismo y escepticismo—, es la menor elaboración teórica en beneficio de un carácter práctico y experimental. No se les puede acusar a los filósofos de la antigüedad de hipocresía y duplicidad, siendo fieles seguidores de sus propios planteamientos éticos.
El apogeo de estas escuelas coincide con la crisis de la polis y situaciones de cambio e inseguridad, que provocaron la búsqueda y el cultivo de una sabiduría práctica, como terapéutica del alma. Un camino para alcanzar la virtud, el bien y la felicidad. La actitud experimental es lo que mejor define y explica al Cinismo. Una especie de investigación con la propia vida que se tradujo en ascética de toda comodidad, renuncia a las comunidades, desvergüenza, desprecio de la opinión pública, oposición de los valores, anti-convencionalismo, desprecio de las riquezas y honores, etc. El cínico hace de su vida un ejemplo a la vez de experimento siempre fecundo y sorprendente. El ideal del cínico defiende la pobreza, oponiéndose al lujo y los bienes.
En ese total desapego de todo lo que no es propio se sienten similares a los dioses todopoderosos que nada necesitan y que en su suficiencia basan la perfección. Hay que quedarse con lo mínimo, lo imprescindible. Este desprecio a la propiedad privada se atempera con la idea de que todo en realidad le pertenece al sabio cínico, justificando un tipo de vida mendicante. “Puesto que los dioses lo poseen todo, los sabios son amigos de los dioses y lo de los amigos es común, todo pertenece también a los sabios” (Diógenes Laercio,VI, 37).
Persiguieron la autosuficiencia de medios de vida (autárkeia), la independencia de toda imposición social (eleuthería) y la liberación de las propias afecciones (apátheia). Alcanzando como culmen la imperturbabilidad ante las circunstancias (ataraxia). Está claro que tanto los fundamentos de la escuela cínica como las consecuencias de su forma de vida distan mucho de la actual posición de los movimientos anti-sistema, aunque tal vez para los “civilizados” de su tiempo como del nuestro, ambos movimientos llamaron y llaman la atención de las grietas de la sociedad, puesto que ya nadie puede poner en duda la crisis actual.
Bibliografía:
Copleston, Frederick Historia de la filosofía. Vol. I Grecia y Roma. Ariel.
García Gual, Carlos. La secta del perro. Alianza Editorial
Marías, Julián. Historia de la filosofía. Alianza Editorial